EL PERRO Y LOS NIÑOS.
Una de las relaciones
que más contrastes tienen, son la de los niños y los perros. Todos conocemos
hermosas historias de perros que aman a sus amos-niños, que los cuidan, que no
se separan de ellos. Conocemos muchos niños que aman a sus perros y harían
cualquier cosa por ellos, vaya que lo sé, yo fui un niño de esos. Sin embargo
la moneda también tiene otra cara y también hemos escuchado tristes historias
de niños mordidos y atacados por perros, de niños que después de molestar al
perro fueron agredidos, y de niños que maltrataban al perro al amparo e
indiferencia de sus padres. En Estados Unidos
la mayor cantidad de casos sobre reportes de mordidas son a niños, se calcula
que al año son mordidos 2 millones de personas, la mayoría de estos son
infantes solo. Debemos de preguntarnos el porqué de estas reacciones.
El perro se comunica
con el humano básicamente a través del lenguaje corporal, de esta manera ellos
pueden conocer perfectamente nuestras intenciones para con ellos, saben si un
adulto humano es hombre o mujer (macho o hembra), ya que el olor de
testosterona o progesterona es fácilmente detectado por sus agudos olfatos. Entonces qué pasa con los niños, en que
categoría entran ellos, ya que no huelen aun a feromonas ni masculinas ni
femeninas, su lenguaje corporal es errático y todas las señales que envían son
confusas, su comportamiento es inestable, gritan, corren, brincan, y hacen lo
que cualquier niño hace. Evidentemente el perro no se siente, por lo menos en
un principio, del todo confiado ante la presencia del niño, no sabe si lo va a
lastimar, o si se aproxima a darle una caricia o le caerá encima o lo pisará, etcétera.
Si tenemos un perro que
en su período de socialización no convivio mucho con niños pues este
comportamiento se convierte en un peligro latente, y por tanto, los únicos que
podemos hacer algo para que ese peligro desaparezca somos nosotros los adultos,
con nuestra superioridad mental y como especie dominante, debemos de poner un
orden y unas reglas de juego en la nueva relación que se está desarrollando
entre el niño y el perro.
Es fundamental marcar
los límites de la convivencia, ni al perro le permitimos ciertas conductas con
el niño, ni tampoco le permitimos al niño que haga lo que desee con el perro.
Debemos de enseñar a nuestros niños el respeto hacia los animales, es
importante dejarles en claro que no se trata de un juguete, que es un ser vivo
que siente, piensa y actúa. Podemos comenzar con nuestros hijos a enseñarles
que tener un perro se trata de responsabilidad ya que hay que alimentarlo
diario, bañarlo continuamente, cuidarlo, pasearlo, le enseñamos a ser
respetuoso del animal, permitiéndole descansar mientras duerme o se canse del
juego, dejarlo comer tranquilo, a no jalarle la cola ni hacer nada que pueda
lastimarlo. Debemos de enseñarle a los niños a que “entrenen a los perros”, que
el niño también emita ordenes y comandos y que lo premie con comida, juego o
caricias cuando el perro obedezca.
La relación de
perro-niño puede ser una de las mejores experiencias en la vida de un niño, es
trascendental en el sentido de desarrollo humano y psicológico, sin mencionar
que seguramente tendremos a un nuevo amante de por vida de los canidos u otros
animal. En un mundo que glorifica las
cosas materiales, es necesario retomar estos valores de amor y respeto por la
naturaleza y la enseñanza comienza en casa, con la familia, con uno mismo. Una
mala experiencia con un perro puede significar un gran problema en la vida del
niño, un miedo, un trauma y una animadversión por la especie. Hay que tener
mucho cuidado. Siempre debemos de supervisar la relación, separa las especies,
esto es el niño es integrante de la familia humana y por lo tanto deberá de
tener una mayor jerarquía sobre el perro, y para ello el perro no podrá hacer
lo que se le antoje, no deberá dormir en la cama con el niño, ni comer mientras
el come, y demás. Hay que hacer que las normas y las reglas se respeten en todo
momento, tanto para el perro como para el niño.
RODRIGO SALAZAR T.